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YO NO HABLO DE OLVIDOS NI PERDONES

Foto del escritor: Masajes y palabrasMasajes y palabras

Solo digo que el infierno y el paraíso están hechos de palabras y ambos mundos somos nosotros frente a un espejo.” S.M.Blanco.





¿Cómo podemos morir de sed siendo nuestro cuerpo en su gran mayoría agua? Sed de vida, sed de venganza, sed impostergable de conquistas y revanchas. Sed, en definitiva, de existencia, pero no de la mera estancia en un tiempo y un lugar determinados sino, por el contrario, de esa existencia plena que nos hace imperfectos, nos hace creíbles y al mismo tiempo despreciable, plausible de mejoras, de búsquedas, de creación, viva imagen de los dioses en la tierra.

No sabemos quiénes somos y aun así nos juzgamos. Atendemos los océanos y en base a ellos nos medimos en sales de sudor y lágrimas, atendemos los glaciares y con su vara evaluamos nuestra esquelética gota de vida y su potabilidad y dulzura. Morimos de sed y somos agua, morimos de palabras y somos música, morimos de odio siendo amor, la otra cara de la misma moneda, y así, muriendo de tantas cosas, vivimos, olvidando ser en esencia lo que reclama nuestro ser en su postergada valía.

Atragantados de palabras nos nutrimos de un deber que es una deuda, de un pecado original que nos toca pagar con nuestro ser, con nuestra vida, con nuestra no existencia. Somos prisioneros de la libertad y paradójicamente esta libertad es la que nos incita a ser libres, logrando en tamaña ironía engordarnos de rencores, de violencias, de ansias de desquite y malevolencias de tramas dantescas y al mismo tiempo nos engorda el alma de arte, de emociones y sentires que son la bisagra y grifo que convertirán nuestra sed en manantial sereno bajo la luna de la paz y el olvido.

Es hora de agarrar los cuchillos y vengarnos! Al abordaje de los galeones piratas que nos liban la sangre, el agua y las ideas! Todos nuestros enemigos e inquisidores caerán bajo el pie de nuestra sonrisa. Para ser debemos matar nuestro ser, ese ser engendro que ya no nos representa ni en nombre ni en sentido. Al ser mustio que nos gobierna opondremos el ser noble que nos carcome las entrañas hasta que lo demos a luz.

Pero, (parafraseando aquella frase a de Hermann Hesse:” Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué me iba a ser tan difícil?" Demian), nos encontramos impotentes en la venganza, en la justicia, en la revancha, porque todo aquello que perseguimos no nos pertenece y todo aquello que nos pertenece deja instantáneamente de pertenecernos porque sacia a los espejos pero no a nosotros y detrás de los cristales viene a morir sin más gloria que un éxito, un diploma, un papel que nos acredita como persona y nos desacredita como seres esenciales. Así somos, seres de cuerpos flacos y de almas gordas luchando contra los molinos del deber ser con las lanzas del querer y el deseo.

Muertos de sed bebemos fuego, matamos a nuestro padre, a nuestro dios a nuestros hijos y no nos saciamos, destruimos el planeta, ideamos las más terribles de las torturas e igual resecos exigimos gloria porque apuntamos a las sombras pero no a las figuras confundidos entre la realidad y la ficción. Todo lo que percibimos somos nosotros mismos y es en nuestro interior en donde debemos dar nuestra primer batalla. Sin saber quiénes somos difícil será saber cuál es nuestro real y genuino deseo, sin saber quiénes somos difícil será conocer nuestra mirada y nuestros sentidos, sin saber quiénes somos inútil será juzgarnos y herirnos o vanagloriarnos ya que sin juez válido todo juicio es nulo e irreal, ficticio. Abrir los ojos a nuestra imperfección se hace urgente, abrir el alma a nuestras miserias, impostergable, ya que a la par de la flor de loto, en medio de la inmundicia es en donde brotará la belleza sublime de aquella vida, la nuestra.

Para encontrarnos primero debemos extraviarnos, perdernos en el bosque oscuro que gobierna nuestro adentro, juntar una a una las miguitas que nos guían de regreso a nuestra casa y arrojarlas al abismo del olvido como una condición sine qua non para lograr hallarnos a nosotros mismos, porque tras el olvido caen las venganzas, las deudas, los rencores y las cuentas pendientes. Si olvidamos ya no odiaremos a Dios por expulsarnos del paraíso porque será en la imperfección del libre albedrío en donde encontraremos nuestra propia redención. Sin zanahorias que correr quizás, venzamos nuestra sed bebiendo de esa lluvia que a pesar de mojarnos en su tormenta, nos hace germinar en semillas sinceras hasta hacernos personas creíbles y al mismo tiempo impredecible, ya que en esa dicotomía se encuentra la belleza de los hombres conscientes de su humanidad.

Somos en tanto caminamos, somos el tiempo y en su arena creamos nuestra playa, al ritmo de nuestros pasos vamos silbando nuestro aquí y ahora y quien nos vea, al igual que como quien mira el mar o el río, siempre nos verá por primera vez. Somos cambio permanente cuando destrabamos las cadenas que nos convencen de ser de una manera y para siempre so riesgo de caer en los infiernos, olvidando en su ignominia contarnos que tanto el infierno como el paraíso habitan dentro de nosotros y nuestras son las llaves de sus divinos portales.

En definitiva todo es una lucha por el poder, y en toda lucha por el poder corre sangre. Saber cuál es nuestra batalla es indispensable para ganar esta guerra, saber quiénes somos es necesario, obligatorio, para saber cuál es nuestra batalla, saber que existimos más allá de las palabras es básico y prístino para comenzar nuestro viaje, cualquier viaje que emprendamos al abrir nuestros ojos y nuestros sentidos. Sin consciencia de ser en vano diremos que somos humanidad.

Al igual que al hombre que arrastra una ola en la playa, debemos descubrir que por más sensación de ahogo y perturbación, solo nos resta ponernos en pie y ver que el agua atroz que nos tenía a su merced tan solo nos llega a las tobillos.

Las ansias de venganza son de los sometidos, de las víctimas fortuitas de los azares y desgracias, de los náufragos de las tareas inconclusas, aquellas que la vida arrastra sin piedad a realidades ingobernables. La venganza impotente gobierna a las bestias que en manada se suicidan frente a la incorruptible presencia del deber incuestionado de la palabra y el silencio.

Solo aquellos hombres que se sepan hombres serán los poderosos, solo aquellos que logren matar a las figuras y no a sus sombras serán dueños de su caverna, esqueleto, emoción y espíritu. Dejar de disputar batallas ajenas y tejer la urdimbre de nuestra esencia es el primer paso para decirnos reales y seres existentes. El mundo será entonces como lo veamos y tan poderosamente lo modificaremos y descubriremos, de esta manera, que ya no hay venganza, que ya no hay disputas, que el agua sacia nuestro fuego, nuestra sed, trayéndonos la paz de la real existencia. Tras el olvido está esperándonos el verdadero amor, aquel que tímido lleva nuestro nombre y con dulzura lo murmura enamorado día tras día, noche tras noche, escondido en aquellos espejos del alma.

Dijo Borges, “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.”, demostrando en su ceguera que para ver solo basta conocerse a sí mismo y así, desde lo más simple a lo más complejo llegaremos a descubrir la inmensidad de nuestro destino.

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