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El espacio como refugio

Foto del escritor: Masajes y palabrasMasajes y palabras

Muchas veces he pensado cual sería la mejor manera de comenzar a hablar sobre los masajes y todas sus aristas, sin enredos ni divagaciones místicas, ni mucho menos marearme con cuestiones médicas kinesiológicas ya que escapan no tanto a mi interés pero sí a mi entendimiento. Obviamente puedo hablar tanto de unas como de otras, repetir frases hechas, citar bibliografía leída, pero creo que el saber requiere mucho más que eso, requiere una experiencia ejercida y una formación marcada en el cuerpo no solo en la mente. Toda teoría es válida cuando se hace carne, solo así una idea deja de ser etérea, sin base, y pasa a ser sustentable. No se trata de verdades o mentiras, vaya ambigüedad, se trata de compromiso, de coherencia, sinceridad y congruencia. Toda disciplina, cualquiera que sea, es ejercida en forma correcta si antes de influenciar sobre el otro primero ha influenciado sobre nosotros mismos. Ciencias duras o blandas, oficios de todo tipo, deben congeniar con esta regla sustancial ya que uno quiera o no, se estructura en base a lo que hace. Somos lo que hacemos, ni lo que decimos ni lo que pensamos, somos lo que hacemos y lo que amamos y nuestra forma de ganarnos la vida nos atraviesa en conciencia e inconsciencia la más primordial de nuestra esencia. Por esto mismo un maso-terapeuta no es ni kinesiologo ni fisioterapeuta, tampoco es gurú portador de energías sanadoras, ni trabajador sexual que hará felices todos tus finales, ni psicólogo pero, y en un pero entra un Perú, tiene un poco de todas estas disciplinas. Definir nuestro espacio es el primer paso que se hace imprescindible si queremos avanzar en el entendimiento de este mundo fascinante del masaje que tanto me apasiona y gobierna. ¿Cual sería entonces la punta del ovillo que nos ayude a desmarañar esta cuestión sobre el espacio que ocupa el masaje en el mundo de las profesiones? ¿Existe un lugar especial? ¿Para que sirve la maso-terapia? Creo que la respuesta está en nosotros mismos, los masajistas, los que ejercemos la profesión. Debemos preguntarnos antes que nada como ha influenciado el masaje en nosotros mismos y a partir de ahí proyectarnos en el otro. A ver, soy consciente que es una profesión que en la mayoría de los casos es un parche tapa agujeros en las economías familiares o un parche tapa agujeros publicitarios en asuntos poco legales, es así. Trabajo es trabajo y todos debemos ganarnos la vida, no me opongo escandalizado ni tampoco me desgarro las vestiduras ante quien ejerza la profesión de esta manera. En absoluto. De hecho fue el hambre quien me empujó a este mundo y como ocurre muchas veces en la vida, de esa desgracia fue que nació la más grandes de mis maravillas. aquello que se haría eje troncal de mi vida, el masaje. Del dolor a la plenitud hubo un puente hecho camilla, unas manos moldeando el barro de la incertidumbre y un cuerpo disperso en el espacio de las palabras, de los reproches y las malas experiencias que terminó por hacerse carne en el deseo de ser un poquito mejor y en poder ayudar a quien por

diferentes motivos atravesaran la misma situación que yo había atravesado.

Por eso a mí me gusta definir al masajista antes que nada como un escultor, un moldeador de masa viva dispersa en el espacio y que al igual que el artista hace en la piedra o la madera, hemos de construir figuras en donde solo hay una idea, un bosquejo, una posibilidad. Pero está acción tiene un doble sentido, un doble camino, dado que al recorrer un cuerpo con nuestras manos, indistintamente de la presión ejercida, estamos recorriendo a su vez nuestro cuerpo, sanando al otro nos sanamos nosotros ya que el otro es nuestro espejo y así, bajo este concepto es que hemos ido estructurando nuestra noción de cuerpo, nuestra noción de yo y como no, nuestro aparato psíquico propiamente dicho. Cada vez que un masajista enfrenta una camilla se está enfrentando a sí mismo, es decir que aquella idea tantas veces repetidas de ama a tu prójimo como a ti mismo no es en nuestro caso un significante vacuo sino, por el contrario, es un hecho cotidiano, palpable y constituyente. Si no recibes a tu paciente con una sonrisa y un abrazo cordial, no estás siendo justo contigo mismo. Pienso mientras estoy escribiendo que este precepto es válido para todos los seres humanos sean masajistas o no, pero zapatero a tus zapatos que soy yo, bien lo saben los que me conocen, de aquellos que se enroscan como una persiana y terminan hablando de todos los temas, ya que entiendo que todo está intrínsecamente relacionado.

Contracturas, emociones, posturas, mimos, cansancio, estiramiento, exigencia, estrés, mal movimiento, no tengo idea porqué, son muchas de las palabras y expresiones que un masajista escucha a lo largo del día, todas hacen referencia a un dolor, a un malestar a una necesidad de urgencia variada, que denota una angustia en el paciente que tiene la particularidad de no ser entendida como algo propio, simplemente me pasa pero no tiene que ver conmigo, algo extraño, ajeno, que le impide a mi yo actuar con plenitud y naturalidad. Es el cuerpo nuestra mayor frustración, nuestro mayor escollo, nuestro límite para poder lograr todas las maravillas de nuestra mente y es en él en donde se libran todas nuestras batallas aún sin saberlo ni ser consciente de ello. Al enfrentar al mundo al mismo tiempo nos estamos enfrentando a nosotros mismos. Cada vez que actuamos, que hablamos, que percibimos, que sentimos, que amamos o comemos, cada vez que respiramos, cuerpo y mente entran en conflicto, y esto que parece tan extraño es nuestro mayor misterio y nuestra mayor maravilla. Somos una unidad y en la armonía de todas nuestras partes e intereses reside la eficacia de nuestra vida, entendiendo por eficacia la congruencia de nuestra acción, con nuestra idea y con nuestro deseo. ¿Y saben ustedes cual es la mejor y más natural manera de afirmar esta unidad, una manera que tenemos incorporada desde que nacemos hecha un reflejo pero muchas veces olvidada? El abrazo. El abrazo nos une no solo con el otro si no antes que nada con nosotros mismos, nos estructura, nos delimita, nos da un espacio como refugio, nos regala un cuerpo real no solo mental, nos define. El abrazo es el primer masaje que nos da nuestra madre al tenernos en brazos y es el primer masaje que da el masajista cuando abre la puerta para recibir al paciente y el último masaje que da al despedirlo. Te recibo y te doy al abrazarte un espacio en donde refugiarte y te despido y ese espacio lo reafirmo para que te proteja. Que el paciente que vino diciendo hay una contractura que me vuelve loco se despida pensando hay algo en mi mente que está volviendo loco a mi cuerpo, algo no funciona, algo debe cambiarse.

Como diría Freud: ¿Qué tiene que ver usted con todo esto que le está pasando?

Hasta la próxima, los quiero, los espero!

Si les gustó dejen comentarios, esa es la idea, crecer.


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1 Comment


rratti
Feb 23, 2023

hermosas palabras....

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