Vamos a llamarlo señor k. Me contactó creo que por WhatsApp, ya no le recuerdo bien, en aquel entonces no daba mucha importancia a esas cosas. Tenía, según dijo unos setenta y tres años, yo le había dado más, porque en comparación con mi madre, que tenía esa edad, parecía mucho más avejentado. "Quiero un mimo"- dijo, y se quedó sentado en el sillón mirándome fijamente, como esperando que dijera algo importante, previsible, como si hubiera ensayado esa escena miles de veces antes de animarse por fin a visitarme. Suele ocurrir bastante que los pacientes actúen como hipnóticos, como si todo fuera una obra de teatro en donde ellos no son ellos, libres de compromiso y culpa. "Quiero un mimo" en verdad quiere decir este cuerpo quiere un mimo, incluso he recibido gente que comunica esto con bronca, como si fuera una gran molestia esa necesidad. A veces en verdad creo que mucha gente si pudiera me diría, acá le dejo este cuerpo para que lo active, vengo en una hora. Para la mayoría de los hombres comunicar una necesidad de afecto los lleva a la culpa, culpa que queda camuflada por una sutil arrogancia sexual en algunas ocasiones o simplemente se quedan expectante, como pollitos mojados, esperando instrucciones precisas que lo lleven a un paraíso de confort, como si el masajista tuviera las llaves de la felicidad en sus manos. Nuestro señor K pertenece a esta segunda categoría de pacientes. Obviamente, al ser el primer post de esta categoría que escribo merece ser aclarado, los pacientes que yo llamo del dolor físico, tiene otra actitud que ya iré comentando en otras vivencias, aquí prefiero centrarme en los pacientes con dolores que yo llamo del alma, ya que nuestro señor K pertenecía a este grupo. Quería un mimo, dijo, me miró fijo y distante y antes que pudiera articular palabra sentenció, "Voy a morir mañana".
Yo no hacía ni un año que estaba trabajando como masajista en Buenos Aires, recuerdo que aún era flaco y el acento español se me hacía notar de vez en cuando y para que mentir, no estaba en absoluto preparado para recibir una sentencia de tamaña envergadura. En verdad no sé , si alguna vez alguien puede prepararse para esa situación, son circunstancias que uno debe resolver en el momento basándose en su humanidad y en definitiva eso hice. Hoy a años vistas hubiera actuado diferente pero todos somos sabios cuando los hechos fueron acontecidos.
"¿Se va a morir?" - pregunté por ganar tiempo con una enorme sonrisa. Mientras sonreía pensaba que no debía sonreír y al mismo tiempo pensaba que si no sonreía no sería acogedor ni continente de aquella persona que no dejaba de mirarme por un segundo. "Así es joven"- dijo y agregó riendo- "No se asuste estoy preparado, solo quiero un abrazo muy fuerte." Sin pensarlo demasiado me acerqué a él y lo abracé tan fuerte como pude y así me quedé al menos cinco minutos. Él lloró hasta dejar mi remera y mi pecho mojado, lo cual recién note al separarnos. Si hubiera podido salir corriendo en ese instante lo hubiera hecho, me sentía angustiado, incomodo, yo solo quería hacer masajes para eso había estudiado y me había perfeccionado, lo digo para dejar constancia que poco tengo yo de ángel y que mucho tengo de humano. Trataré de ser lo más fiel posible a todos los pensamientos que pasaron por mi mente en aquel momento, a saber:
- Este hombre mañana no va a existir y eligió estar conmigo una de sus valiosas y definitivas horas, madre mía.
-Tengo el pecho todo mojado de lágrimas y ¡mocos! que asco y no me puedo cambiar.
-Que perverso este hombre exponerme a esta situación.
-Que soledad la de este hombre tener que venir a mí.
-Es una nueva posibilidad de poder despedir a mi abuelo, debo tomarlo así.
-No se trata de vos, se trata de él pedazo de egoísta, (para ser sincero mi vocabulario mental es mucho más soez )
-Debo mantenerme entero, estar triste no ayuda...
-"¿Le pasa algo? preguntó el moribundo de repente volviéndome a la realidad, ¿Está bien?"
- "Claro que si, respondí, solo que me acordé que tengo que pagar hoy sin falta la tarjeta de crédito." Nada como traer el dinero a escena para quitar el foco al sentimentalismo y centrar la sesión. "Por lo que me cuenta no tenemos mucho tiempo para solucionar sus dolencias" le dije mirándole a los ojos con una sonrisa cómplice. Él largó una carcajada y me dijo, " que hijo de puta, sos divino" a lo que le respondí, "Venga, pase a la camilla que se está tardando", y así lo hizo quitándose la ropa y contento como un niño.
Tenia una cicatriz enorme que le recorría desde el cuello hasta el vientre y otra paralela a esta paro más corta. En total conté cinco cicatrices en el pecho , dos en la espalda y una en la pierna derecha. " Si le sacan una foto que sea del lado izquierdo, sin duda ese es su lado bueno" El señor K largó la carcajada y no podía parar de reír y yo también terminé por tentarme con su risa y así riéndonos volvimos a abrazarnos pero esta vez llevados por la maravilla. Cuando nos separamos, noté que tenía nuevamente la remera toda babeada, mojada, asquerosa, pero esta vez no me importó. Cuando lo abrazaba al compás de la risa se me dio por pensar que estaba abrazando la muerte y me sentí muy dichoso al escuchar sus carcajadas ruidosas y nítidas.
"Mañana me van a operar y hay un setenta y cinco de posibilidades que muera, no creen que lo supere esta vez" , lo dijo y se recostó en la camilla.
"Tonterías", dije, "Quienes pasan por mis manos son inmortales" mientras iba hablando me mordía la lengua, ¡Inmortales! el pibe le manda al moribundo la primera idea que se le pasa por la cabeza sin pensar un segundo.
-¿Inmortales? pregunta obviamente el señor K, dejando al desnudo mi gran insensatez y mi gran bocota improvisada.
- Si como la pizzería de calle Corrientes, ¿la conoce?, todos mis pacientes quedan hechos un queso. Dicha esta estupidez sin sentido, comenzó a reír tanto que llegué a pensar que no llegaba a la operación.
Bueno, que voy a decirles que no imaginen, me sentía la persona más dichosa del mundo, tenía a la muerte muerta de risa en la camilla. Me sentía poderoso, eficiente, preparado para las grande contingencias pero pronto toda esa solidez se precipitó de un plumazo.
" Te quiero ver desnudo" dijo mientras me miraba con ojos libidinosos. ¿Quiero dar un último beso, ¿Me dejás que te toque por favor?
Recién ahí caí en la cuenta que el señor K disfrazado de muerte había imaginado un final mucho más ardiente para sus agónicos días. Mientras que yo me había disfrazado de Heidi dispuesto a correr por la pradera, el esperaba a Superman, Rambo o a quien prefieran, haciéndome ver a mi mismo como un verdadero imbécil. Eso es la perversión, poner a las personas en una situación angustiante en donde deben actuar más allá de ellas mismas. No se trataba de un beso, de desnudarse, si no del porqué se debe hacer o dejar de hacer. De acceder a su pedido no lo haría por mi deseo, tampoco por un beneficio económico, ni por piedad porque en verdad yo ya había dejado de creerle lo de la muerte y la operación. Si accedía a su voluntad lo haría por si las dudas, por si no vaya a ser que en verdad esa fuera digamos su última voluntad, y esa situación es como poco incómoda porque nuestro ego queda a merced de lo imprevisible y lo inesperado. En cierta manera este hombre me arrastraba al patíbulo con él. Y por otro lado me cuestionaba no haber dado yo, con el abrazo y la sonrisa, pie para que el señor K me pidiera un último romance, ¿no sería acaso yo la Coca Sarli de los masajista porteños diciendo al señor K que desea usted de mí canalla?
"Mirá que viejo versero resultaste" dije mientras me quitaba la remera babeada, "Conformate con esto". "¿Cuando dijiste que te ibas a morir?" pregunté como quien no quiere la cosa.
-"Mañana"
-"Bueno como todos", dije sarcástico.
-"¿Te enojaste?"
-"Claro que no, hombre, sé que soy irresistible, dije y me reí muy fuerte, él no tanto. ¿Que gran diferencia hay entre lo que pensamos que quieren de nosotros, entre lo que los demás quieren realmente de nosotros y entre lo que se puede en esta vida, no? Terminé de hablar y lo besé suavemente en los labios y le di un largo abrazo con toda la ternura y cariño que encontré en mis entrañas. Luego poniéndome una remera limpia lo invité a vestirse.
Cuando se fue, después de discutir largo rato para que me pagara lo convenido, y desearle mucha suerte para su operación, estuve pensando muchas cosas sobre lo sucedido. Si alguien murió aquella tarde , esa fue mi inocencia omnipotente y aprendí, vaya si aprendí, que las distancias cortas no son buenas para el corazón, que para eso Dios hizo las costillas. No es con buenas intensiones, ni buena voluntad, como se combate el dolor de los pacientes, tampoco es efectivo usar solo estas herramientas para mitigar nuestro propio dolor. Un gabinete maso terapéutico requiere de una solidez que debe adquirirse con una ardua práctica profesional. con una exhaustiva terapia psicológica personal y una profunda capacitación teórica tanto en lo físico como en lo psicológico.
En un gabinete se trabaja con dolor, el masajista trabaja con dolor de todo tipo y se corre el riesgo de causar mayor sufrimiento, tanto al paciente como al terapeuta, si no se está preparado. Como dijera el Che, hay que endurecerse sin perder la ternura jamás.
Nunca más supe del señor K, posiblemente haya muerto en aquella operación, de ser así, quizás mi tímido beso entibie su largo viaje, de no ser así ojala mis abrazos le hayan dado calor a su soledad y que viva muchos años. Lo único que en verdad sé que el señor K vive en mí más allá de él, sin que él pueda ya hacer nada al respecto, y ahora también vive un poco en ustedes que me han leído y si lo piensan un poco, desde esta perspectiva todos somos inmortales, si exacto, así como la pizzería de calle Corrientes.
Historia que queda grabada, tengo edad y deseo ese abrazo, ese beso y me acompañaras en mi desnudez
Gracias por tus palabras!
Hermosa historia, del señor que iba a morir. Me encanta lo que contas y como lo contas. Y todo enmarcado en esa enorme sonrisa! Gracias! te sigo leyendo con mucha atencion!.